Me llamo Hermana María de la Cruz, soy argentina y nací en Capital Federal muy cerca de nuestro Colegio Mallinckrodt. Mi familia siempre fue profundamente católica. Tengo una hermana mayor que yo y un hermano mellizo, que también es religioso, pertenece al Instituto Cristo Rey. Tuve la gracia de crecer en un ambiente muy religioso donde Dios siempre era lo principal. En mi casa había un altar con la Virgen de Fátima y todas las tardes rezábamos el rosario en familia. En Primaria fui al colegio de las Hermanas Franciscanas de María, allí me preparé para mi Primera Comunión y Confirmación. Yo quería mucho a las Hermanas y algunos días me pasaba todo el día en el Colegio, yo me sentía como en mi familia. Cuando terminé la Primaria, como no había Secundaria en ese Colegio, mis padres me inscribieron en el Colegio Mallinckrodt, que estaba a tres cuadras de mi casa. La Hna. María Zita me invitó a formar parte de la Legión de María y más tarde cuando tenía 14 años a dar catequesis en la Capilla San Rafael, que quedaba en Villa Miseria en Retiro. Así comencé a tener contacto muy cercano con las Hermanas. Tenía Hermanas profesoras, catequistas, preceptoras y nuestra Directora era la Hermana María Alberta Wessner. Gracias a Dios me dieron una muy buena formación en le fe. Era lo principal en el Colegio la formación cristiana nos inculcó un gran amor a Jesús Eucaristía, a la Virgen María y a la Iglesia. Para mí fue importante en mi vocación haber conocido a las Hermanas y que ellas me hayan enseñado a amar a Jesús y a la Virgen María.
Cuando estaba en cuarto año de Secundaria me invitaron a un Ejercicio Espiritual, según el método de San Ignacio de Loyola en total silencio. Fuimos diez alumnas de cuarto año, muchas de ellas amigas mías. Yo tenía 16 años y allí ocurrió algo especial para mí. Yo estaba sola en la Capilla rezando delante de un crucifijo, que parecía natural, y empecé a pensar: Él había hecho tanto por mí y yo no había hecho nada por Él. Y entonces me propuse que tenía que hacer algo más por Jesús. Me pregunté si Él quería que fuera Hermana.
Salí muy feliz de ese retiro con el propósito de darle más tiempo a la oración. Al día siguiente me llamó la Hna. María Alberta y me preguntó: ¿Cómo me había ido en el retiro? y si había pensado si Jesús me estaba llamando para ser Hermana. Yo le respondí que sí, pero que por ahora no estaba segura.
Y así fue creciendo mi relación con Jesús lo visitaba todos los días y comencé a comulgar diariamente. No lo dejaba por nada del mundo. Igual seguía mi vida normal salía con mis amigas, iba a fiestas de noche, pero poco. Y pensaba que lo me daba más felicidad era mi relación con Jesús y no tanto las salidas.
Y otro momento crucial en mi decisión vocacional fue un encuentro con la Virgen de Fátima. Nos invitaron a una "Noche Heroica" (se reza toda la noche delante del Santísimo Sacramento) y fuimos con un grupo de amigas. Llevaban en procesión a la Virgen de Fátima, y cuando la Virgen pasa cerca, siento que me mira y siento en mi corazón que Jesús era todo para mí. Recé toda la noche. Y salí llena de felicidad. Había comprendido que Jesús me llamaba para ser Hermana.
Le comenté una noche a mis padres mis deseos de ser Hermana de la Caridad Cristiana y ellos se pusieron muy contentos. Para ellos era un honor tener una hija religiosa. Me apoyaron en todo momento. Me dijeron que era muy chica todavía que era mejor que esperara dos años. Para mí fue difícil esperar, pero también mi director espiritual me aconsejó lo mismo.
Comencé a estudiar Profesorado de Historia y Geografía que me serviría para mi futuro. Yo vivía en el mundo, pero en mi interior ya estaba consagrada a Jesús. Mis amigas también lo sabían y me comprendieron. Pasaron rápido esos dos años y el 28 de abril de 1978 mi familia me acompañó al puerto para despedirme. Yo viajé acompañada por una Hermana llamada María Josefina. Comenzaba una nueva vida para mí, ser toda de Jesús. Y entré al convento María Inmaculada en Montevideo. Comencé mi postulantado con mucha alegría.
Doy gracias a Dios por la familia que me dio y por la Congregación a la cual pertenezco que siempre me han dado cariño y sostenido en mi vocación.